El diseño de sonido es como la química, una mezcla de elementos que en conjunto generan un estímulo en nuestro sistema auditivo, un poco más de esto o de aquello y ¡BAM! Es otro el resultado. Ahí entra nuestro criterio, el que nos dice cuándo seguir las reglas o cuando dejarlas de lado y permitir que la creatividad fluya con la paleta sonora.

Una buena mezcla requiere de visión, intuición, experiencia, experticia, es necesario saber cómo ajustar los decibeles de emoción, energía y color para transmitir el mensaje de manera correcta.

Saber cuándo mejorar y enfatizar, o simplemente acentuar y complementar, es fusionar las cantidades correctas de movimiento, ambiente o superficie para generar una especie de sonido invisible, que parezca que siempre estuvo ahí.